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jueves, 3 de noviembre de 2011

Entrevista a San Pedro: "Me encontré con Jesús".

¿Que les hable de Jesús? ¡No puedo! ¡No puedo dejar de hacerlo! Aunque me quedara mudo… mi vida entera hablaría de él. Yo morí ya hace mucho, es Él quien vive en cada fibra de mi ser. Es él el dueño de mi vida. Él posee todo mi ser, creo que desde siempre… creo que desde aquella primera vez que nos vimos… ¡¿Cómo olvidar es mirada!?

Mi hermano Andrés era otra cosa. Estaba siempre buscando a Dios, queriendo agradarle. Quería encontrar al Mesías. Tenía un maestro exigente Juan, quería llevarme a verlo pero yo estaba en otros afanes: Trabajar, ganarse la vida, mantener a mi familia, (p)si… agradar a Dios, pero primero buscar el pan, llenar la barriga. En cambio Andrés pendiente de esas cosas, conoce a este otro “maestro” y lo sigue y viene a querer que yo lo siga… ¡Claro! ¡Lo mandé zumbando! Pero él insistía e insistía. Hasta que se dio el momento. El Maestro vendría. Y nunca más he podido olvidar esa mirada…

Me miró y yo tan ocupado en los afanes de esta vida, me sentí despojado de todo. De pronto sentí que nada de lo que hacía era verdaderamente importante. Mi hermano que tenía más sensibilidad para esas cosas lo notó desde el comienzo. Y lo siguió. A mí tuvo que venir a buscarme. Y lo digo con vergüenza. ¿Quién era yo para que mi Señor me venga a buscar?

Pero vino… y me miró… y yo quería escapar de esa mirada… Me interrogaba, me cuestionaba, me exigía, me avergonzaba de mí mismo… Pero a la vez me amaba. Me amaba como nadie nunca antes lo había hecho. Y a mí, hombre de mar, eso me daba miedo. Yo no sabía seguir ni obedecer a nada ni a nadie, más que al mar. Y ese Hombre, hasta el nombre me cambió. Era la señal de mi cambio de vida: No podía evitarlo, lo deje todo. ¡Todo! No es fácil de explicar. Yo no era un niño, tenía mi vida hecha, no quería complicarme con las enseñanzas de mi hermano Andrés. Pero vino Jesús y me llamó y yo lo dejé todo para seguirle. Nadie que me conociera bien se podía explicar qué me había pasado. Pero fue Él. Yo no hice nada, Él llegó y se volvió mi Maestro y mi Señor.

Recuerdo las primeras palabras… Las primeras enseñanzas…
Esa pesca que en verdad fue milagrosa… Y es que, hasta el mar le obedecía. Yo no quería seguirlo, no porque no me atrajera, sino porque mi vida era tan distinta a Él y a lo que El enseñaba. Por eso me atreví a decirle de rodillas que se alejara de mí, pues era un pecador. Pero él tenía otros planes para mí. Y encima sus palabras: “Vengan conmigo y serán pescadores de hombres” Claro que a veces no lo entendía. Hablaba de Su Padre y el Reino. Y todo eso para mi era muy oscuro. Pero me atraía increíblemente la fuerza de su testimonio. Él hacía lo que decía. Además, sus palabras y sus enseñanzas eran tan sencillas. Su vida para mi era la vida más natural y más perfecta que yo podía vivir. Estar con Él era para no querer nada más. Y si había alguien en este mundo en quien yo podía confiar, era en Él.

Sentía que podía fiarme de Él y de su palabra como de nadie. Como la vez que se nos apareció caminando sobre las aguas. Todos gritaban de temor. Pero yo me dije “si es Él, podré hacer lo que Él hace, si el lo manda”. Le pedí que me mandara a ir con Él sobre las aguas. Al instante respondió “Ven” Y, sin explicármelo mucho, yo ya me había lanzado hacia Él. Fue entonces cuando mi ser racional me cuestionaba que eso era imposible. Y justo ahí, en frente Suyo, empujado por la violencia del viento, empecé a dudar y a hundirme. Pero, como siempre, me salvó de hundirme. 

Podíamos pasar días enteros escuchando sus enseñanzas como aquella vez que ya se nos hizo muy tarde para despedir a toda esa multitud. En realidad eran miles. Y nos dio de comer a todos… ¡A todos! 

¡Cómo nos aceptaba a pesar de lo necios y tardos para entender que fuimos! No, no sólo nos aceptaba. Nos iba moldeando de la manera más delicada posible, como un padre amoroso, o hasta como una madre. La experiencia del Tabor me demostró cuánto debía aún moldear mi carácter impetuoso. ¡Qué manera de burlarse de mí los hijos de Zebedeo, por haber querido construir carpas para Jesús y sus compañeros aparecidos desde el Cielo! 

Pero es que yo no pensaba mucho. Yo actuaba.
Por eso también esa tarde que empezaron a abandonarlo muchos por lo duro de su discurso, pude reafirmar a mis hermanos en la certeza de que hacíamos lo correcto quedándonos con Él. Porque me fiaba enteramente de su Palabra… que lo era todo para mí. Yo sabía que lo que Él decía era la única verdad. “A quién iremos” le dije, “ Si sólo tu tienes palabras de vida eterna” Por eso me entró tanto miedo cuando anunció lo que padecería. ¡Yo no quería perderlo! 


O por lo menos eso pensaba. Aún no sabía que esto de seguirlo es una lucha de cada día… Un aceptar la cruz en cada circunstancia que se nos presenta. También, como buen maestro que era, me reprendió duramente, cuando yo demostraba que mis deseos no eran conforme los del Padre: Así llegó a llamarme “Satanás”, porque yo, su gran amigo, le presentaba en ese momento su gran tentación. Aunque eso no hizo que dejara de sentir por mí esa predilección que le hizo llevarme junto a los de Zebedeo: Juan y Santiago, a vivir las situaciones más significativas de nuestras vidas.

Quizás tenía la esperanza de que, cuando las cosas su pusieran difíciles, nosotros podríamos sostener al resto. Pero yo mismo, fui tan cobarde… Si no hubiera sido por la Madre, no sé si yo siguiera aquí. Ella nos reunía, con el atrayente silencio y fidelidad que el Maestro debió haber heredado de Ella.

Aunque mi vida fue un si a rajatabla, tuve momentos de cobardía (se pone triste recordando). Pero es hermoso cómo Él contaba hasta con mis debilidades. Él sabía que yo le fallaría… Y nunca dejó de amarme. Cuando lo apresaron y todos lo abandonamos. Creí que nunca me lo iba a perdonar… Cuando negué conocerlo pensé que no podría vivir con esa culpa. Pero antes que yo mismo me perdonara Él ya lo había hecho… (pausa como recordando)
Su mirada… (se queda recordando) nunca me reprochó nada. Al contrario. Me amaba, me amaba y lo hacía por mí… era todo lo que me decía su mirada… (se queda en silencio)
Jesús… ( cierra los ojos) Jesús… no está muerto. (abre los ojos) No, no lo está. Está vivo. La Cruz no lo venció. Él triunfó, sobre la muerte, sobre el dolor, sobre la Cruz, sobre nuestros pecados.
Esa locura, esa extraña manera que escogió, es una historia de amor. De un loco amor.

Anónimo Jarciano

1 comentario:

  1. esta entrevista me tumba! me deja sin palabras y sólo puedo concluir: Yo también soy Pedro!

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