"SER MÁS, VALER MÁS PARA SERVIR MEJOR."

martes, 24 de enero de 2012

Importante: Indicaciones pastorales para el Año de la fe - CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

Estas son algunas de las recomendaciones que nos da la Iglesia para poder vivir con intensidad y fruto el año de la Fe. Somos evangelizadores y misioneros, por lo tanto llamados a participar activamente. Creo. sin embargo, que no podemos olvidar que nadie da lo que no tiene, así que parece urgente iniciar cuanto antes nuestra preparación. El texto que nos nutrirá y nos ayudará a despejar dudas o vacíos doctrinales será el Catecismo de la Iglesia Católica y por eso el Papa nos lo recuerda. Es hora de remar mar adentro, en las profundidades de la doctrina cristiana.

Aquí algunas de las indicaciones que me parece nos tocan más directamente:

1. Será oportuno organizar en cada diócesis una jornada sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, invitando a tomar parte en ella sobre todo a sacerdotes, personas consagradas y catequistas.

2. El Año de la fe «será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía». En la Eucaristía, misterio de la fe y fuente de la nueva evangelización, la fe de la Iglesia es proclamada, celebrada y fortalecida. Todos los fieles están invitados a participar de ella en forma consciente, activa y fructuosa, para ser auténticos testigos del Señor.

3. Los sacerdotes podrán dedicar mayor atención al estudio de los documentos del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica, recogiendo sus frutos para la pastoral parroquial –catequesis, predicación, preparación a los sacramentos, etc.– y proponiendo ciclos de homilías sobre la fe o algunos de sus aspectos específicos, como por ejemplo, “el encuentro con Cristo”, “los contenidos fundamentales del Credo” y “la fe y la Iglesia”.

5. Se espera por parte de las parroquias un renovado compromiso en la difusión y distribución del Catecismo de la Iglesia Católica y de otros subsidios aptos para las familias, auténticas iglesias domésticas y lugares primarios de la transmisión de la fe. El contexto de tal difusión podría ser, por ejemplo, las bendiciones de las casas, el bautismo de adultos, las confirmaciones y los matrimonios. Esto contribuirá a confesar y profundizar la doctrina católica «en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre»

6. Será conveniente promover misiones populares y otras iniciativas en las parroquias y en los lugares de trabajo, para ayudar a los fieles a redescubrir el don de la fe bautismal y la responsabilidad de su testimonio, conscientes de que la vocación cristiana «por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado»

9. Las Asociaciones y los Movimientos eclesiales están invitados a hacerse promotores de iniciativas específicas que, mediante la contribución del propio carisma y en colaboración con los pastores locales, se incorporen al gran evento del Año de la fe. Las nuevas Comunidades y Movimientos eclesiales, en modo creativo y generoso, encontrarán los medios más eficaces para ofrecer su testimonio de fe al servicio de la Iglesia.

10. Todos los fieles, llamados a reavivar el don de la fe, tratarán de comunicar su propia experiencia de fe y caridad, dialogando con sus hermanos y hermanas, incluso de otras confesiones cristianas, sin dejar de lado a los creyentes de otras religiones y a los que no creen o son indiferentes. Así se espera que todo el pueblo cristiano comience una especie de misión entre las personas con quienes viven y trabajan, conscientes de haber «recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos»

Siempre mar adentro.

P. César Piechestein

lunes, 16 de enero de 2012

De la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Efesios

EN COMUNIÓN CON LA IGLESIA

Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a vuestro obispo y al colegio presbiteral, seáis en todo santificados. No os hablo con autoridad, como si fuera alguien. Pues, aunque estoy encarcelado por el nombre de Cristo, todavía no he llegado a la perfección en Jesucristo. Ahora, precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo y os hablo como a mis condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad. Pero, como el amor que os tengo me obliga a hablaros también acerca de vosotros, por esto me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. En efecto, Jesucristo, nuestra vida inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.

Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.

Si yo, en tan breve espacio de tiempo, contraje con vuestro obispo tal familiaridad, no humana, sino espiritual, ¿cuánto más dichosos debo consideraros a vosotros, que estáis unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, resultando así en todo un consentimiento unánime? Nadie se engañe: quien no está unido al altar se priva del pan de Dios. Si tanta fuerza tiene la oración de cada uno en particular, ¿cuánto más la que se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia?

jueves, 12 de enero de 2012

Ser auténticos buenos samaritanos

Creo que todos hemos leído más de una vez la parábola del buen samaritano. Seguramente la hemos reflexionado en fraternidad o en una zonal también más de una vez. Sin embargo la mayoría de las personas al meditar sobre éste pasaje del Evangelio mira sólo la dimensión de asistencial del amor al prójimo.

Creo que éste pasaje ha servido y servirá para proponer lo que debería ser la caridad hacia los demás, pero no podemos pretender afirmar que la caridad se limita sólo a la asistencia del enfermo o del herido. Si nos quedásemos sólo con esa dimensión habremos relativizado el mensaje del Señor.

Amar al prójimo es hacerle el bien, servirle en todas las maneras en que lo requiera y nos sea posible. Cierto que nuestra prioridad, al igual que lo enseña la parábola, han de ser los que más sufren pero no podemos pensar que el sufrimiento principal o único sea el material.

A lo largo de nuestra vida seguro habremos hecho muchas veces la experiencia de descubrir que el mayor de los sufrimientos, el que desespera a muchos, es precisamente no conocer a Dios. Alguien que carece de fe, carecerá por lo tanto también de esperanza. Una vida sin esperanza es siempre tenebrosa, porque no existe una razón para luchar ni una que nos consuele y fortalezca ante el sufrimiento.

La Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Fundador, ha siempre velado por los más pobres, por los que más sufren, pero sin olvidar que su prioridad es el anuncio del Evangelio. Recordemos que los mismos apóstoles lo afirmaron cuando decidieron nombrar diáconos para que atendieran a las viudas y a los huérfanos, de tal manera que ellos no descuidaran la predicación. Y eso no significaba que los diáconos no predicasen, recordemos que San Esteban fue el primer mártir y lo mataron no porque servía a los pobres, sino porque predicaba.

Somos jarcias, somos instrumentos del Gran Pescador, somos sus discípulos. Como miembros de la Iglesia colaboramos en la difusión de la Palabra de Dios en todas las maneras que estén a nuestro alcance. Es así como podremos servir mejor a nuestros hermanos, especialmente a aquello que más sufren. Esa es nuestra prioridad.

La próxima vez que meditemos la parábola del buen samaritano no nos quedemos en la más evidente, vayamos un poco más profundamente. Debemos aprovechar las oportunidades que Dios nos brinda y hacerlo de la mejor manera. Se trata de hacer el bien, pero de hacer el mayor bien y eso es dar a conocer a Cristo. Amando al prójimo, sanado sus heridas, devolviéndole la esperanza, compartiendo aquello que nos mueve, que nos hace felices. No basta con dar el pez, ni siquiera basta con enseñarle a pescar, tenemos que presentarle al Gran Pescador.
Siempre mar adentro.

P. César Piechestein
elcuradetodos

martes, 10 de enero de 2012

Carta a mis hermanos - Cristina Franco

“Hijos míos, que nadie los engañe: el que practica la justicia es justo, como él mismo es justo. Pero el que peca procede del demonio, porque el demonio es pecador desde el principio. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del demonio. El que ha nacido de Dios no peca, porque el germen de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano”. (I de San Juan 3,7-10)

Hoy ya que desbaratamos arbolitos, guardamos nacimientos, quitamos los tapetes y pareciera que todo volviera a la normalidad, es necesario replantearnos todos los buenos propósitos que salieron muy sinceramente de nuestro corazón en esta Navidad y que hay que llevarlos a hechos concretos.

Y las lecturas de estos días de la liturgia nos van a ayudar mucho a meditar y profundizar en el Misterio del Amor de Dios, nadie como el discípulo Amado para explicarnos detenidamente la plenitud del amor de Dios a través de sus cartas. Hoy por ejemplo nos dijo lo siguiente: “El que ha nacido de Dios no peca, porque el germen de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque ha nacido de Dios”. Y con este pequeño adagio podemos ya empezar a examinarnos cómo estamos llevando nuestra existencia. ¿Qué es aquello que seguimos postergando y dejando para “mañana”?.

Quisiera detenerme primero analizar esto que he citado de San Juan en el párrafo anterior. Porque el germen de Dios permanece en él, somos imagen y semejanza de Él y todavía no terminamos de convencernos que si somos de Él tenemos que ser Santos, como él lo es. Claramente Jesús nos ha indicado que nos envía como ovejas entre lobos, y meditando en esto, una oveja entre lobos, está en tensión, no adormitada, porque los lobos se la llevan, no resignada porque los lobos la devorarían de inmediato, sino en tensión, esperando y trabajando en ver no cómo hacerles frente a estos despiadados animales.

O somos lobos parte del Mundo que se ha empeñado en adormecer a los jóvenes, en recluirlos en la podredumbre de la pornografía y vicios o somos ovejas del Buen Pastor, y por lo tanto andamos siempre despiertos, siempre en tensión de santidad, y si caemos pues nos levantamos, nos confesamos y ya seguimos en el objetivo y no nos adormitamos entre banalidades.

¡Es que el que se ha encontrado con Cristo no puede andar dormido! ¡El que ha nacido de Dios no peca! Dice San Juan. Sino ha producido Jesús en tu vida un cambio que te lleva a jugártelas todo por el todo, que te lleva a ya no estar triste por las cosas pasajeras, a no cometer aquello que en conciencia sabías que no te hacía bien y deshonraba la plenitud del amor de Dios, sino te lleva a abandonar las baratijas que te ofrece el Mundo por el tesoro que te ofrece Dios, sino se ha producido un cambio que te lleva a anunciarlo a tiempo y a destiempo, a todo momento y a dar la vida por una idea descabellada para el Mundo y locura de amor para quiénes la abrazan, si esto no ha hecho Jesús en tu vida, entonces nos has querido encontrarte con Cristo, porque Él por su parte se ha hecho el encontradizo para aquellos que no lo buscaban…(Isaías 65, 1).

Que Dios nos conceda la gracia de no quedarnos tranquilos, mientras pareciera que el Mundo nos llevara la delantera, que nos conceda un amor más puro capaz de traspasar las fronteras de nuestra comodidad y dar la vida, muriendo cada día a nuestros apegos, afectos, y cuestiones terrenales para libres poder atraer a todos al fuego del amor del Padre. 

Queridos hermanos que Nadie nos engañe, quien se ha encontrado con Cristo no puede volver a ser el mismo queda inquieto para siempre y deja inquieto y con deseos de conocer a ese Cristo que hace tan feliz a aquel que me habla de Él.

Cristina Franco Cortázar

martes, 3 de enero de 2012

Servir mejor - El Mandamiento Síntesis

EL DOBLE PRECEPTO DE LA CARIDAD

Lleno de amor ha venido a nOsotros el mismo Señor, el maestro de la caridad, y al venir ha resumido, como ya lo había predicho el profeta, el mensaje divino, sintetizando la ley y los profetas en el doble precepto de la caridad.

Recordad conmigo, hermanos, cuales sean estos dos preceptos. Deberíais conocerlos tan perfectamente que no sólo vinieran a vuestra mente cuando yo os los recuerdo, sino que deberían estar siempre como impresos en vuestro corazón. Continuamente debemos pensar en amar a Dios y al prójimo: A Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente; y al prójimo como a nosotros mismos.

Éste debe ser el objeto continuo de nuestros pensamientos, éste el tema de nuestras meditaciones, esto lo que hemos de recordar, esto lo que debemos hacer, esto lo que debemos conseguir. El primero de los mandamientos es el amor a Dios, pero en el orden de la acción debemos comenzar por llevar a la práctica el amor al prójimo. El que te ha dado el precepto del doble amor en manera alguna podía ordenarte amar primero al prójimo y después a Dios, sino que necesariamente debía inculcarte primero el amor a Dios, después el amor al prójimo.

Pero piensa que tú, que aún no ves a Dios, merecerás contemplarlo si amas al prójimo, pues amando al prójimo purificas tu mirada para que tus ojos puedan contemplar a Dios; así lo atestigua expresamente san Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

Escucha bien lo que se te dice: ama a Dios. Si me dijeras: «Muéstrame al que debo amar», ¿qué podré responderte sino lo que dice el mismo san Juan: Nadie ha visto jamás a Dios? Pero no pienses que está completamente fuera de tu alcance contemplar a Dios, pues el mismo apóstol dice en otro lugar: Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios. Por lo tanto, ama al prójimo y encontrarás dentro de ti el motivo de este amor; allí podrás contemplar a Dios, en la medida que esta contemplación es posible.

Empieza, por tanto, amando al prójimo: Parte tu pan con el que tiene hambre, da hospedaje a los pobres que no tienen techo, cuando veas a alguien desnudo cúbrelo, y no desprecies a tu semejante.

¿Qué recompensa obtendrás al realizar estas acciones? Escucha lo que sigue: Entonces brillará tu luz como la aurora. Tu luz es tu Dios, él es tu aurora, porque a ti vendrá después de la noche de este mundo. Él, ciertamente, no conoce el nacimiento ni el ocaso, porque permanece para siempre.

Amando al prójimo y preocupándote por él, progresas sin duda en tu camino. Y ¿hacia dónde avanzas por este camino sino hacia el Señor, tu Dios, hacia aquel a quien debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente? Aún no hemos llegado hasta el Señor, pero al prójimo lo tenemos ya con nosotros. Preocúpate, pues, de aquel que tienes a tu lado mientras caminas por este mundo y llegarás a aquel con quien deseas permanecer eternamente.

(De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan)