"SER MÁS, VALER MÁS PARA SERVIR MEJOR."

lunes, 17 de octubre de 2011

Memorias de una Ñañita I - Creer y aceptar

Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Jn 11, 40
Definitivamente, la persona de Jesús que habitó en la Tierra es algo que no se puede discutir con la historia, es un hecho real y punto, no solamente la Sagrada Escritura lo contempla sino que datos históricos, recopilaciones bibliográficas, sucesos en el mundo y en la época del imperio romano confirman, sin lugar a dudas, la intervención de una persona de condición divina que restablece el orden de las cosas.

Ahora, qué difícil es hacer entender la divinidad de Cristo a quien ha bloqueado su razonamiento a un acontecimiento real, tangible, o bien, lo encuadra en un marco general, colocando a Jesús como un personaje histórico, un revolucionario idealista, dejandolo al mismo margen de nivel que otros como Justiniano, Martin Luther King, Mahatma Gandhi, Madre Teresa de Calcuta, etc.

Sin embargo, aceptar su existencia es un paso, pero no el definitivo, pues se corre el riesgo de que la admiración a un personaje se quede en la mera contemplación de las ideas, sin profundizar en el mensaje y en la repercusión que causa en la existencia de seres y cosas, y más en la propia vida. Esta es la misma admiración de la que habla el Evangelio, la que Herodes tenía al profeta Juan el Bautista y ya conocemos el desenlace.

Así mismo lo recuerda, Benedicto XVI en su encíclica, “Deus caritas est”, no se comienza a ser cristiano con la aceptación de una teoría o explicación de un acontecimiento, esto no ayuda , ya que es el encuentro con Cristo el que marca el momento crucial, con la realidad, “es al que hemos visto y oído y damos testimonio de ello”.

Este hecho natural propio de la profundización del ser, cambia el sentido a la historia, y es que es tan complejo y a la vez tan sencillo entenderlo que uno ya no vuelve a ser el mismo. Complejo porque la historia de cada ser humano es distinta y no se repite, se repite el efecto transformador y la dimensión universal en el alma, pues ha sido la aceptación del amor impregnado en el ser, y sencillo a su vez porque la majestuosidad de Dios se revela a los que la aceptan. La verdad, una vez hallada ya no acepta más cuestionamientos.

Y es que ya no podemos ser los mismos, toda la historia del ser en adelante, se ordena ahora en una perfecta armonía cuyo fin ya está completamente definido. Se camina, se progresa, se descansa, se trabaja, se proyecta el ser únicamente en ese objetivo, esa finalidad que anhelamos, que no es fácil, pues vivimos en la carne y no según la carne como antes. 

¿Cuál es esta finalidad? Una estrella fija, un ideal que alcanzar, un ideal que llevado a lo concreto es la Verdad, existe, se desarrolla y se anhela algo que las realidades contemporáneas y creaturas no alcanzan a llenar. Es la persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre que acompaña, que purifica, que propone y hace abrazar la virtud, ya que camina junto al ser en todos los episodios de su vida y es entonces que acontecen los milagros, pues el ser humano participa de las maravillas que se viven en la realidad celestial.

Reconociendo a Dios Padre que no es un dios abstracto que lo fabrica la mente del hombre, es un Dios amigo que crea y recrea, solamente así se explica que ama tanto al ser que ha creado que lo busca constantemente. Se acepta la verdad que es Jesús, que reconcilia a la humanidad con su Creador dando su vida por amor, ya que la muerte de cruz es el desenlace de los que aceptan este amor hasta el extremo. Y cuál amor más grande que el que nace de este vínculo entre Padre e Hijo, aquel que hace posible lo que ni la ciencia, ni la razón, ni la filosofía terminan de explicar, que atraviesa barreras de tiempo y medida, un Espíritu Santo que renueva y da vida, ¡esto es magnífico!

Esta dulce verdad, que eleva al alma y la alegra para siempre, ¿por qué le cuesta tanto al ser aceptarla?

Cristina Franco

No hay comentarios:

Publicar un comentario