"SER MÁS, VALER MÁS PARA SERVIR MEJOR."

jueves, 7 de marzo de 2013

Memorias de una Ñañita - ¡Ya estás limpia!



“Le diré que no merezco llamarme hijo suyo que me trate como uno de sus sirvientes. En cuánto el Padre lo vio, corrió a su encuentro lo llenó de besos…”

Empezar a recordar con agrado aquellos momentos que nos llenan de sorpresa es realmente una buena terapia para caminar seguro de saberse amado y pasar la vida amando.  De entre las anécdotas más extrañas, de las que guardo sonrisas y un gran suspiro, es cuándo me di cuenta que tengo un Padre que busca decirme de mil y un maneras que  su amor es infinito y que me arriesgue yo también a amarlo sin medida.

Y se los voy a contar. Esto sucedió en una clase de catequesis con niños que se preparaban para hacer la primera comunión, no me encontraba del todo predispuesta para asistir, solo recuerdo que dije en mi interior: ¡Hágase tu voluntad porque la mía quiere quedarse en casa Señor!

Y para no ahondar mucho en los detalles, al momento de hablar de la Reconciliación, narré el pasaje del hijo pródigo, lo hice con varias voces para que los niños se adecuen a lo que estaba sucediendo: ¡Un hijo estaba reclamando algo que todavía no le correspondía!.  Mientras escuchaba a los niños las moralejas que nos deja este pasaje maravilloso, pensaba: “Muchas cosas me has perdonado Señor, has matado el becerro gordo, me has puesto un anillo y sandalias y a veces me siento tentada a desalentarme por la incapacidad de no amar como tú, hasta el extremo”.

Definitivamente Dios no tardó en responderme y no para jalarme las orejas o reclamándome lo lenta en comprender su amor, sino por el contrario, de una manera inocente y sencilla me hizo descubrir la certeza de que Él ya no recuerda los pecados, que se borran para siempre en el confesionario y que cada acto de amor que hagamos repara no solo mis negligencias, sino que salva almas y alegra mucho el corazón de Jesús.

 Y he aquí que me encontraba con los niños haciendo una “dinámica del perdón” (así la llamamos con mi hermana de comunidad al preparar los temas), le pedí harina o carbón, me dio las dos cosas y yo decidí tomar el carbón, mientras recordábamos con los niños las heridas del pecado nos manchábamos las caras, era un espectáculo, sólo se nos veían los dientes, uno por ahí dijo con asombro: ¿así está nuestra alma cuándo pecamos Miss?.

En todo caso, salimos a lavarnos las caras, yo los limpiaba y cantábamos con voces medio angelicales: “renuévame Señor Jesús ya no quiero ser igual”, y solo los niños que ya estaban  limpios podían limpiar a los que seguíamos sucios. Luego de lavar la mayoría de las caras y ya cuándo pensaba lavarme por fin la mía, sucedió que  una niña que no recuerdo su nombre me dice: ¿la lavo Miss?. Me toma las manos y me dice con un brillo espectacular en sus ojos: ¡pero mire Miss ya has lavado tantas caras que ya estás limpia!

Solo esa frase dicha por una niñita y que quizás para muchos no diga nada bastó para que lágrimas de alegría se confundieran con el agua.

Cristina Franco Cortázar

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