"SER MÁS, VALER MÁS PARA SERVIR MEJOR."

viernes, 30 de marzo de 2012

Cristo, centro de nuestra vida - Ser Jarcias

La beata Madre Teresa de Calcuta dispuso en la regla de las Misioneras de la Caridad que, antes de iniciar el servicio a los más pobres de entre los pobres, las hermanas debían entregarse a la oración. Esas dos horas delante de Jesús Sacramentado, según la Madre, eran imprescindibles para poder cumplir su misión. Afirmaba que si las misioneras no eran capaces de ver a Cristo en la Eucaristía, no serían capaces de verlo luego en los pobres. Es decir que confirmaba lo dicho por el San Juan, que llama mentiroso a quien dice que ama a Dios, al que no ve, cuando no ama a su prójimo a quien puede ver.

Más o menos un año después de entrar a la comunidad, escuché por primera vez que nuestra espiritualidad es “Cristocèntrica”. Sin excluir nuestro amor a la Virgen y la veneración a los santos, debían tener presente que nuestro primer amor, nuestro eje, es el Gran Pescador. Desde entonces he procurado vivirlo y enseñarlo en Jarcia y fuera de ella. Es a Él que me consagré en el 1994 como miembro de base. Es a Él a quien represento desde hace doce años como sacerdote, especialmente al celebrar la Santa Misa. 

Una vez al año renovamos nuestros compromisos comunitarios. Entre ellos resaltan dos que tienen como objetivo concretar nuestra espiritualidad centrada en Cristo en dos acciones importantísimas: la oración diaria y la comunión eucarística. No podemos dejar de recordar que eran dos de los cuatro fundamentos de la iglesia primitiva (Hechos 2,42). Creo que todos podemos dar testimonio de la diferencia que hace en la vida de un cristiano el vivir con intensidad esos dos momentos de la jornada.

La Eucaristía es la fuente y cumbre de la Iglesia, es Cristo mismo, presente en medio de la comunidad de fieles. Amar a Cristo implica amarlo en la Eucaristìa. Sabiendo que está presente en ella, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, no habrá mejor lugar para estar con Él que delante del Sagrario. Recuerdo cuando nos decían que aunque Dios está en todas partes, donde más “para” es en el Tabernáculo. Por lo tanto, la oración y la Eucaristía, dan más fruto cuando van juntas.

Eso que aprendí en Jarcia, lo confirmé durante mis años de seminario. Hoy, lo sigo confirmando cada día a través del ministerio sacerdotal. No puedo negar que ha sido el beato Manuel González, quien con su testimonio y sus escritos, me ha ayudado a vivirlo más conscientemente. Él, procurando resaltar la presencia real de Jesús en el Sacramento, nos invita a vivir una espiritualidad “Hostiocèntrica”:

«Sí, sí, la Eucaristía Sacrificio y Comunión no es una cosa o una acción, o pormenor o modo de nuestra vida sobrenatural, sino esto sólo: Centro de ella. Es decir, que desde el instante en que hemos recibido por el bautismo la gracia que nos hace miembros del Cuerpo Místico de Cristo, y por el uso de la razón, conocimiento de que tenemos en la tierra Misa y Comunión, si hay lógica y justicia e instinto de conservación entre los hombres, lo primero, lo urgente, lo culminante, lo esencial de cuanto hayamos de saber, querer, buscar y hacer, debería ser esto: asistir a Misa comulgando en ella … y los demás de la vida, sea religiosa, social, familiar, individual, todo, todo lo demás en pos de eso y subordinado a eso, tomando la savia de su vivir de eso, y para decirlo con la frase gráfica que corresponde al nombre de comida que Jesús dio a la Comunión, ayudando a la digestión y a la asimilación de nuestra Hostia».
(Beato Manuel González, Mi comunión de María, p. 33-34)

Sigamos construyendo la Civilización del Amor, sin olvidar que nadie da lo que no tiene. Es Cristo quien nos hace capaces de amar, es su Cuerpo el que nos alimenta para cumplir nuestra misión. Es su presencia la que nos conforta y nos lidera. Sigamos construyéndonos en oración y comunión.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein

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