Mientras más
joven es un árbol, más cerca está de sus raíces. A medida que crece y se hace
frondoso, sus ramas pueden alcanzar alturas que al principio no se podía
imaginar, pero no debe nunca olvidarse que ese crecimiento no habría sido
posible sin unas buenas raíces.
Cuando de nuestras raíces se trata, no podemos olvidar que el kerigma ha
estado siempre a la base, ha sido un fundamento en nuestro camino comunitario.
Yo tengo vívidos recuerdos de aquel kerigma recibido en Ballenita, allá por el
92. Recuerdo aquella casa, las dinámicas, la oración y el encuentro con ese
amor de Dios que nunca antes me había parecido tan patente.
Hoy que la Iglesia nos llama, con más insistencia que nunca, a reforzar
nuestro empeño en la Nueva Evangelización, de seguro nos toca desempolvar nuestro
librito de kerigma y ponernos a proclamarlo, a tiempo y a destiempo. A eso nos
ha llamado el Papa:
«La
preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad
eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de
manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero
del Evangelio. El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma de Cristo muerto y resucitado
para la salvación del mundo, el Kerigma
del amor de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que
culmina en el envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús, quien no
rehusó compartir la pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y
rescatándola del pecado y de la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en
la cruz».
(Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Jornada Misionera Mundial 2012)
Es cierto que
los frutos cuelgan de las ramas, pero son siempre nutridos por las raíces, que
son a su vez el sostén de todo el árbol. Jarcia tendrá abundantes frutos en la
medida en que mantenga y renueve sus raíces, avivando el fuego del primer amor.
Un amor que es mucho más que un entusiasmo o una ilusión juvenil, un amor que
se ha traducido en un estilo de vida, un compromiso con Jesús joven que se
anuncia a los jóvenes a través del testimonio de una fe viva y encarnada.
Siempre mar
adentro.
P. César Piechestein